domingo, 4 de noviembre de 2007

Viajar en el Ave

Desde hace unos años vengo observando como las televisiones se convierten en maquinas de masacrar la intimidad de las personas, famosos o no. Imaginemos que un día te montas en el Ave para realizar cualquier gestión en Madrid y en el mismo vagón te encuentras con un famoso o famosillo del tres al cuarto y le pides un autógrafo o simplemente lo saludas y se te ocurre continuar la charla mientras sales del tren a la estación. ¡Peligroooooo!. Si, digo peligro porque corres el riesgo de al día siguiente puede ocurrir que te encuentres en todas las televisiones y revistas del país pasando a ser el novio o amante de esa persona con la que únicamente has hablado de lo que le gustó la última serie que hizo. Pero no queda aquí la cuestión, porque si se te ocurre intentar explicarle al ¿periodista? que no tienes ninguna relación con esa persona, puede ser mucho peor porque por cojones tienes que serlo y si con los nervios intentas enviar al entrevistador porculero a tomar viento fresco, ya puede ser el remate de los tomates y te convertirtes de pronto por arte del birli birloque corporativista en un maltratador de periodistas, en un coartador de la libertad de expresión, cuando no en un delincuente en potencia. Y todo ello en aras no de la libertad de expresión, ni de la Constitución, ni la madre que los parió a todos, sino del famoso Share, la cuota de pantalla o yo no se que mierda, que al final no es más que dinero para todos.
Claro que después los señores periodistas-espectáculo de todos esos programas de la entrepierna son muy celosos de su intimidad, sin darse cuenta que ellos son tan o mas famosos que la mayoría de las personas que en sus programas salen todas las semanas.
- Yo es que estoy aquí para preguntar y no para que se hable de mi vida privada.
Pues no queridos, no. Si el juego es que todo el que sea famoso, famosillo o medio pensionista tiene la obligación de estar a vuestra disposición para que preguntéis, comentéis o difaméis, ustedes también estáis en el centro de la diana y también tenemos los ciudadanos derecho a conocer vuestra vida, milagros y secretos cercanos a las ingles.
Yo de todas formas el día que me encuentre un famosillo en el Ave no se me ocurre acercarme y ni siquiera decirle un hola. A usted le aconsejo lo mismo, a no ser que quiera que su familia, amigos y conocidos se enteren por la televisión de los amores que tenéis, aunque sólo sea en la calenturienta mente del periodista, comentarista o gritón de turno.

No hay comentarios: